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12 de agosto de 2011

La Sospecha: 3 de 9

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                ¿Tiene acaso algún valor un artista que se interprete a sí mismo? – pero a sí mismo, lector, en sí mismo, no “desde”, no tomando distancia para aplicar la encuesta, para preguntarle a su obra ¿por qué? ¿dónde cabes? ¿de dónde sales? [¿Cuáles fueron tus símbolos?]. Sospecho que algo así tendría olor a podrido. O peor. A infantil. A esa cosa horrenda, ego no maquillado, a pureza, a identidad no elaborada y complejizada. El “desde”, en cambio, respeta la identidad [porque tengo que ser un “yo” para estar “desde”], pero hace ese acto social, el acto público y aprendido de que hayan otros yoes que se pongan a mi lado a mirar; validando ese espacio consensuado [semántico, heurístico, usted elija la palabra que se vea más culta y suene mejor] para el “otro - mirador”, este reconocimiento del otro tiene sabor a “adulto”, mientras que una mirada yo-ística nos recuerda esa etapa del desarrollo en que el niño sólo requiere de la confirmación que le da su mundo interno)
                (... apuesto que ya no se acuerda dónde comenzaba el paréntesis anterior, íbamos en “A Duchamp hay que entenderlo desde donde corresponde,”) un montón de reglas, de causalidades, que – para eso las inventamos – justifican (¡dan permiso! ¡Dan PERMISO AL ARTE!) y validan (¡Las reglas dan valor!), que en este caso particular llamamos Dadaísmo.



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