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1 de junio de 2011

Akira



Marx enseñó que la revolución es inevitable dada una masa suficiente de oprimidos por un tiempo suficiente.

Todos tomaron nota.

Pero todos fueron olvidando, lentamente, salvo a quienes más importa: los que oprimen. Podemos contar también a los anarquistas, si uno quiere ser inclusivo; pero es falso. Los anarquistas no cuentan, ni para ellos mismos ni para nadie.

Las sociedades (enfermas) tienen algunos elementos repetitivos. La masa que no sabe lo que está sintiendo, lo que se gesta dentro de ella. Los elementos ascendentes que quieren beneficiarse del desconcierto general, habitualmente ejerciendo como ejes de contacto entre los opresores y los oprimidos, no tomando partido por ninguno pero sacando provecho de ambos. Los ilusos, intentando movilizar la inercia infinita de la masa, convencidos aún de un puñado de ideales turbios y poco nítidos, generalmente obsoletos. Los jóvenes, antes de convertirse en la masa o en los ascendentes, operan como indicadores de corrupción: mientras más podrido está el sistema, más desinteresados. Finalmente están los poderosos, los que medran.



Akira es una metáfora bastante hermosa de una de las salidas que tiene tal desorden orgánico: La revolución. En este caso, es el pueblo que se personifica en un individuo atormentado. La imagen es completa: la destrucción del pueblo por sí mismo, la violencia, la monstruosidad. Todo en la estética neo-punk de un New-Tokio post tercera guerra mundial, y con la mejor música que he escuchado nunca en una película (sí, mucho mejor que la música de Inception, y 20 años más vieja).

Sin embargo, es completa también en el elemento primordial, el más importante, el definitivamente crucial: la revolución sólo viene de la mano de un movimiento sísmico, telúrico, que viene sólo desde donde tal poder puede provenir: de la opresión. La masa es anencefálica, no logrará jamás coordinar su sufrimiento y descontento si no se le da un empujón divino - que sólo el opresor puede entregar.

Lamentablemente, en nuestra realidad, eso ya no sucederá nunca. Ya se aprendió que lo único que se necesita cuando hay revuelta, es esperar que se disipe sola. Son las pequeñas valvulillas de escape que mantienen el statu quo. Por el contrario, cuando la mano aprieta la revolución, se podría dar ese impulso.

Cualquier persona a quien la situación actual del mundo le inquiete el alma debiese ver Akira, un film tan viejo como yo, pero con tanta visión que aún es "futurista" y que, por contar uno de los grandes temas invariables de la humanidad, jamás quedará obsoleto.