Siempre me había considerado de embriagueces tristes. ¡Ah, vanidad, vanidad!. Las bellas borracheras tristes, llenas de añoranzas, de recriminaciones, de recuerdos cruzados y podría haber sido y oh dios cuánto te extraño. Todo eso.
Yo pensaba que tenía curaderas tristes, hasta que decidí tomar para (¿o junto? ¿o por? ¿o tras? las conjunciones no son sino la duda del lenguaje, las conjunciones son la intención de la palabra de tendernos en el tiempo, y ante ello no nos queda sino la rebeldía más profunda que quepa, sea el espíritu del alcohol que me inflama desde el vaso o la sorda repulsa del silencio, pero la rebeldía, la guerra tórrida y henchida de napalm contra la conjunción será la que nos haga eternos, la que nos inscriba, flechas ardientes, desde afuera del tiempo hacia el infinito) leer a Gabriela Mistral:
No cantes; siempre queda
a tu lengua apegado
un canto: el que debió ser entregado.
No beses: siempre queda,
por maldición extraña,
el beso al que no alcanzan las entrañas.
Reza, reza que es dulce; pero sabe
que no acierta a decir tu lengua avara
el sólo Padre Nuestro que salvara.
Y no llames la muerte por clemente,
pues en las carnes de blancura inmensa,
un jirón vivo quedará que siente
la piedra que te ahoga,
el gusano voraz que te destrenza.
En: Desolación
Y entonces eso es beber triste, es el alcohol que sube y se despeña en una lágrima en el bastión del zigomático.