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Este blog NO es el blog del Médico Juan - Ignacio Reculé Rivera. Si usted busca a ese facultativo, puede encontrarlo AQUÍ.
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28 de enero de 2012

Necesidades Creadas

Hoy un tipo hacía cagar a su perro al borde de mi portón mientras yo llegaba.
- Caballero, la próxima vez que saque a pasear al perro, lleve una bolsita y le recoge la caca
- Pero si yo saco a pasear al perro es normal que lo hagan pué
- Pero la ley dice que debe recoger la caca
- Pero eso como que no va con el cerro, ve? Eso es para el plan, para que se vea bonito
- No, la ley es para todas las calles
- No, eso con el cerro no va, da lo mismo si hay caca.


Déjense de weás, no pienso perder ni un puto segundo de mi vida por este tipo de gente.

La gente es tonta, así en Helvetica, y no merece más que indiferencia, a menos que activamente demuestren valor. Dixit and will keep dixin' it

Para darle valor a este post enrabiado, tengan, Mogwai, Travel Is Dangerous.

Paro ahora en serio, un poco de reflexión. La respuesta que recibo en mis círculos cuando emito este tipo de exabruptos cobra formas, intensidades y condenas disímiles pero en general se reducen a un mismo argumento fundacional: A la gente hay que educarla.
Es difícil rebatir eso, suena perfecto. Pero realmente ¿hay que educar a alguien para querer vivir en un lugar limpio, para deambular por sitios hermosos? ¿Qué tanto de eso es realmente educar y qué tanto es instalar una necesidad creada?
No es secreto que se puede sufrir sobre un Mercedes escuchando a Wagner, rumbo a la Sala de Arte, vestido bellamente y mientras se piensa en el ensayo sobre la obra de Vallejo que se leyó ayer, mientras se toma nota mental que hay que ir a depositar las pilas para reciclarlas y hacer la donación al Jardín Botánico. La cultura no hace mejor a la gente.
Quizá hay que dejar a cada uno lo que necesita. No creo que los sopaipillas sean más feliz escuchando a Mozart si se los enseño, que escuchando su bachata reggaetonera. En serio. No. No es necesario hacer esa inversión. Cada uno tiene lo que quiere y necesita.
Insisto que el problema está aquí. El descontento social es de dos tipos: el real, el que tenían los trabajadores de 1900 que eran asesinados en sus fábricas; y el creado, el de la gente que le han enseñado a querer cosas que no necesita. El pueblo no necesita que lo eduquen: aquellos que quieren ser educados, lo serán. Lo buscarán. Lo proporcionarán a sus hijos, en vez de regalarles celulares última generación y zapatillas Nike. Y esos hijos a sus hijos. Así se genera la cultura: entre quienes la quiren, entre quienes la viven, la aman, la necesitan.
No le enseñen al pueblo a querer lo que no quiere. No quieren violines. No se lo enseñen. No quieren calles limpias. No se lo pidan.
Es mi culpa, por "vivir en el cerro". Es cierto. El cerro Merced es un lugar para que hagan caca los perros, porque la gente que allí reside lo permite. Yo que me quejo soy el no perteneciente. Y claro, como me cargan los perros y sus cacas, voy a salir de aquí. Esta sociedad que nos construimos funciona así. La movilidad social sí existe, y anda bien.
Lo que pasa es que hay algunos que quieren el pan y el pedazo, y quieren Beethoven y Daddy Yankee, calles limpias y flojear.  

4 de diciembre de 2011

Postal Instantánea

El cielo se puso morado, y el viento era de esos vientos que juegan con el pelo y muerden suave la piel, como el agua muy fría, o los perros chicos cuando juegan. Había silencio, y luz eléctrica activa, y era una nohora. El momento en que los minutos hacen una revuelta negándose a obedecer la eterna fila en la que van lanzándose ordenados contra el despeñadero del tiempo y se arrojan en desconcierto, y da lo mismo qué digan los relojes porque es cualquier hora en verdad, es todas las horas y ninguna. y es un tiempo para tener pena o estar tranquilo o caminar solo por calles vacías con un poco de frío, un poco extrañado
del que mundo esté aquí
así
y de colores.
La no hora. 

Y miré la no hora
y me detuve
y sonreí
pensando en el perfume del aire
y en cómo había conseguido esa redacción, "el perfume del aire", porque es una redacción robada,
y finalmente un verso mío con asidero en cosas vagas: 
"el trémulo y adornado lienzo de tu piel".

Bebo mi whisky y sonrío.


Postal Instantánea. Agregue agua, ese sentimiento que pensó que ya había olvidado, y bata fuerte.

28 de julio de 2011

Chain of Thought

Hoy hizo sol sobre Valparaíso.

En mi familia, cuando alguien te tapa el sol, le decimos "Córrete Alejandro". Es por el cariño que le tenemos a Diógenes, filósofo griego y padre del cinismo, que por su doctrina, vivía en un basurero, sin preocuparse por nada. Cuenta la leyenda que Alejandro Magno, emperador del mundo (salvo por los chinitos, los chinitos seguían autónomos), lo visitó en su hogar, ofreciéndole riqueza y poder. "Diógenes, ilustre griego, frente a ti tienes al hombre más poderoso del mundo. Pídeme cualquier cosa: riqueza, poder, yo te lo puedo dar". Diógenes lo miró, dubitativo, desde su cama en la basura. "¿Cualquier cosa?". "Cualquier cosa" respondió orgulloso Alejandro. "Entonces, Alejandro... córrete un poco, que me tapas el sol".

El peculiar comportamiento de Diógenes también llevó a asociarlo con lo que hoy conocemos como Síndrome de Diógenes, una afección psiquiátrica de la esfera de la ansiedad en que el paciente es incapaz de deshacerse de objetos, porque "algún día podrían ser útiles", y paulatinamente se va rodeando de basura. Suelen descuidar su aseo personal. Algunas variantes confieren a la basura un poder místico y protector.

Hablando de acaparar cachivaches, hoy ordené mi pieza hasta la perfección. Me deshice de una pila de cosas asombrosas. Encontré un montón de fotos que no me interesaba guardar.

Foto:
God bless thighs

14 de mayo de 2011

Valparaíso

A veces tiene algo de Sabiduría.
Como esto, en la plaza Aníbal Pinto.
Resume un poco lo que siento respecto de hacer las cosas bien. Si al final, el esfuerzo necesario para que el mundo sea mejor para todos no me dejaría disfrutar del mundo yo mismo.
Por eso ya cagó, It's terminally ill.

11 de marzo de 2011

Crónica

El cine estaba oscuro, como corresponde a un cine, y en el fondo lánguida se deslizaba la película que era más una buena justificación para disfrutar la banda sonora (dos nominaciones, un premio). Se podría decir que éramos un grupo de gente temeraria; habíamos decidido llegar a nuestra cita cinéfila en la sala Condell pese a las advertencias de Tsunami, total, al SHOA ya no le creemos nada, y la prensa internacional ya había dado la famosa ola por nada más que un soplo sobre el Pacífico.

No me veía las zapatillas en el fondo de las butacas, cuando la sirena empezó a aullar. Unas cuatro personas se levantaron de inmediato, como conejitos asustados. El resto nos lo tomamos con más calma (era un cuarteto de cuerdas justo en ese momento, en una toma en plano americano con un fondo de la ciudad en colores fríos, casi puro azul), como un evento surreal. En cierto modo nos metimos a la pantalla, a vivirlo desde el lado de allá.

Ahora sí me veía las zapatillas, y lamentaba vérmelas, zapatillas lindas mojadas con agua de mar, se van a demorar cuarenta mil días en secar, pensé. Uno piensa banalidades en momentos así. Es más natural, las cosas chicas con las cosas grandes, no dejar nada entre medio, la ola y las zapatillas, ¿estaré en peligro? con ¿irán a pasar de nuevo la película el próximo viernes para verle el final?

Corríamos cual Jesuses apócrifos sobre el agua a la escalera que queda en la plaza de los sueños (yo no le puse el nombre, period): la ola no es como una ola, no es lo que nos tienen acostumbrado en, válgame la sincronía, las películas. Es más bien como si se hubiese roto el water, el agua sube lenta, como oleosa, como si alguien hubiese hecho un hoyo en el piso y saliera y saliera agua, y no se fuera a acabar nunca.

Cuando llegamos ahí una persona empezó a gritar que no estaba su amiga.
Y ya me cansé de inventar.