Alguna vez bajo un árbol dije
el amor es la generación de un proyecto; es la tendencia de un ente
a otro ente (incluso a sí mismo)
que invade, que se enraiza tan profundamente que llega al fondo
y cuando una tenue proyección de eso que es como una suave masa líquida y blanca, como un virus toca el proyecto que tienes de ti mismo,
ahí empieza el amor;
Es eso que es tan fuerte que te permite modificar
lo que creías y querías que ibas a ser
para integrar eso que amas (ella él tu perro tu gato tu colección de cartas Magic)
en lo que vas a ser
de ahora en adelante.
Es que el otro ya no es otro porque yo soy su otro y entonces ahora somos
un algo que es distinto;
y mucho más importante,
somos un algo que va a ser.
El amor es un proyecto, es un objetivo, es soñar tu propia definición
incluyendo al otro,
es avanzar hacia esa definición de ti mismo
que incorpora al otro
que lo hace no necesario, porque en nuestra lengua eso parece implicar debilidad
sino integrante
es parte de la integralidad que eres tú.
Eso es amor, dije como un pequeño Buddha debajo de un árbol que no era una higuera.
Creo que aún
Sin embargo, hoy veo una aporía incandescente, un mal terrible, un cáncer instalado en esta definición que me gusta tanto, que he acariciado y construido y limado a lo largo de mi experiencia vital.
Requirencia de simultaneidad.
El amor es un proyecto, y eventualmente, puede desarrollarse unilateralmente:
Yo cambio mi proyecto y modelo mi futuro para incluirte en él, a mi manera, aunque sea como una imagen, o un ídolo. Podría ser suficiente.
Pero el buen tino dice que uno nunca se contenta con eso.
Quiere reciprocidad; pareciera ser que sólo a través de ésta el proyecto alcanza sus cotas más altas de grandeza.
Sin embargo, sucede en la gran mayoría de individuos que han aprendido a no entregar más allá de lo que reciben.
El amor sería entonces
un evento
que requiere la preexistencia de sí mismo para suceder completo.