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2 de enero de 2013

Ralph el Demoledor



Una de los beneficios implícitos en la paternidad es tener chipe libre para ver películas infantiles. En esta vena y haciendo uso de mis privilegios ad persona, hoy llevé a mi hija y hermanos y primo a ver "Ralph el Demoledor".

Vivo en un momento maravilloso para ser padre e ir al cine. La generación que creció inmediatamente previa a la mía, o sea la generación que agarró las ideas de Vallejos, de Borges, de Benjamin sobre la creatividad, el texto, el hipertexto, y el acto de novedad, es la generación que está facturando el mass media, pero sin el "pesimismo serio" de Benjamin, la erudición de Borges o la lejaneza (sic, dude) de Vallejos; están haciendo una cosa prístina, lúdica, sin pretensión. Un juego de la Cita que no intenta dar concierto ni cátedra, sino sólo eso: jugar.


Pero además de enriquecer el mundo con una mirada que está dirigida a lo que ya hay en el mundo (eso es, a fin de cuentas, una cita bien hecha), lo están haciendo en multicapa y pensando en mí. De Shrek en adelante, esta gente que jugaba Nintendo y bailó esa horrenda música ochentera decidió hacer una bondad al mundo y hacer las películas infantiles con la capacidad de divertir a los padres que inevitablemente tendrán que ir a verlas (¡héroes!). Y triunfan, triunfan tanto que los adultos nos reímos bastante más que los chicos.

Pero nada de esto es nuevo. Shrek salió el 2001 (damn, right?). Hoy, sin embargo, sí me sucedieron dos cosas nuevas mirando Ralph, el demoledor. No, no es que me haya puesto un poco a llorar en la escena peak (eso ya me había pasado, vi ToyStory 3). Es, primeramente, una potente sensación de esperanza en la técnica; Cosa curiosa para mí, acérrimo detractor del Ideal del Progreso (hasta me gusta pensar que soy un teórico del Desprogreso). Pero es que Ralph... inicia precedido por un cortometraje precioso. No daré detalles para no spoilear, pero era un cortometraje con técnica, con una propuesta estética particular, una idea de cómo aportar un relato, con los elementos elegidos cuidadamente, con una premisa perfecta y una ejecución adecuadísima, no sólo como cortometraje sino como propuesta de reencanto al receptor respecto de qué está permitido y qué no a la hora del pacto de verosimilitud. 

Mi sensación fue todavía hay gente haciendo esto; todavía se narra para iluminar la imaginación, para encender ilusiones y belleza. Nuestra humanidad no puede estar tan mal. Fue hermoso.

El segundo momento fue en el momento culmen en que Ralph decide ser... Ralph. ¡Boom, Disney! Ya no más princesitas, más héroes underdog que logran reconvertirse y ser el niño bonito. Esta opción es completamente nueva. La opción por sí misma, por respetar la propia naturaleza, el origen, la verdad. Hacer la decisión por permanecer ya no se asocia a ser el de abajo, el chatito, el que no supo realizarse, el que se quedó. No es conformismo: es una decisión tan válida como la del principito rubio.

Fue un momento grande. Sentir que esa ideología del autorespeto ya ha avanzado lo suficiente como para estar en la pantalla. Para que sea lo que se desparrama en forma de historias felices sobre mi hija, en donde el tour de force ya no depende de la negación o el alcance de un status que no se poseía, ni siquiera por una "fuerza secreta" y oculta que residía en el interior del héroe, sino por el contrario, sucede cuando el personaje (gracias a dios ya no un "antihéroe", que esos deprimidos ya nos tenían cansados) decide volcarse a lo que sabe hacer: ser sí mismo.

Mi hija no tiene por qué esperar a su príncipe azul vestida de rosa. Puede salir a mirar el sol, contenta de ser ella misma. Ésas son las ideas que van a flotar alrededor de ella.
Doy gracias. 

Y lloré, con gusto, la película es preciosa.


1 de junio de 2011

Akira



Marx enseñó que la revolución es inevitable dada una masa suficiente de oprimidos por un tiempo suficiente.

Todos tomaron nota.

Pero todos fueron olvidando, lentamente, salvo a quienes más importa: los que oprimen. Podemos contar también a los anarquistas, si uno quiere ser inclusivo; pero es falso. Los anarquistas no cuentan, ni para ellos mismos ni para nadie.

Las sociedades (enfermas) tienen algunos elementos repetitivos. La masa que no sabe lo que está sintiendo, lo que se gesta dentro de ella. Los elementos ascendentes que quieren beneficiarse del desconcierto general, habitualmente ejerciendo como ejes de contacto entre los opresores y los oprimidos, no tomando partido por ninguno pero sacando provecho de ambos. Los ilusos, intentando movilizar la inercia infinita de la masa, convencidos aún de un puñado de ideales turbios y poco nítidos, generalmente obsoletos. Los jóvenes, antes de convertirse en la masa o en los ascendentes, operan como indicadores de corrupción: mientras más podrido está el sistema, más desinteresados. Finalmente están los poderosos, los que medran.



Akira es una metáfora bastante hermosa de una de las salidas que tiene tal desorden orgánico: La revolución. En este caso, es el pueblo que se personifica en un individuo atormentado. La imagen es completa: la destrucción del pueblo por sí mismo, la violencia, la monstruosidad. Todo en la estética neo-punk de un New-Tokio post tercera guerra mundial, y con la mejor música que he escuchado nunca en una película (sí, mucho mejor que la música de Inception, y 20 años más vieja).

Sin embargo, es completa también en el elemento primordial, el más importante, el definitivamente crucial: la revolución sólo viene de la mano de un movimiento sísmico, telúrico, que viene sólo desde donde tal poder puede provenir: de la opresión. La masa es anencefálica, no logrará jamás coordinar su sufrimiento y descontento si no se le da un empujón divino - que sólo el opresor puede entregar.

Lamentablemente, en nuestra realidad, eso ya no sucederá nunca. Ya se aprendió que lo único que se necesita cuando hay revuelta, es esperar que se disipe sola. Son las pequeñas valvulillas de escape que mantienen el statu quo. Por el contrario, cuando la mano aprieta la revolución, se podría dar ese impulso.

Cualquier persona a quien la situación actual del mundo le inquiete el alma debiese ver Akira, un film tan viejo como yo, pero con tanta visión que aún es "futurista" y que, por contar uno de los grandes temas invariables de la humanidad, jamás quedará obsoleto.

19 de abril de 2011


And I find it kind of funny, I find it kind of sad
The dreams in which I'm dying are the best I've ever had


El tema cobra tanto más poder asociado a la película...

17 de marzo de 2011

Everything is Really Fine But

we can't stop here.
This is bat country.

11 de marzo de 2011

Crónica

El cine estaba oscuro, como corresponde a un cine, y en el fondo lánguida se deslizaba la película que era más una buena justificación para disfrutar la banda sonora (dos nominaciones, un premio). Se podría decir que éramos un grupo de gente temeraria; habíamos decidido llegar a nuestra cita cinéfila en la sala Condell pese a las advertencias de Tsunami, total, al SHOA ya no le creemos nada, y la prensa internacional ya había dado la famosa ola por nada más que un soplo sobre el Pacífico.

No me veía las zapatillas en el fondo de las butacas, cuando la sirena empezó a aullar. Unas cuatro personas se levantaron de inmediato, como conejitos asustados. El resto nos lo tomamos con más calma (era un cuarteto de cuerdas justo en ese momento, en una toma en plano americano con un fondo de la ciudad en colores fríos, casi puro azul), como un evento surreal. En cierto modo nos metimos a la pantalla, a vivirlo desde el lado de allá.

Ahora sí me veía las zapatillas, y lamentaba vérmelas, zapatillas lindas mojadas con agua de mar, se van a demorar cuarenta mil días en secar, pensé. Uno piensa banalidades en momentos así. Es más natural, las cosas chicas con las cosas grandes, no dejar nada entre medio, la ola y las zapatillas, ¿estaré en peligro? con ¿irán a pasar de nuevo la película el próximo viernes para verle el final?

Corríamos cual Jesuses apócrifos sobre el agua a la escalera que queda en la plaza de los sueños (yo no le puse el nombre, period): la ola no es como una ola, no es lo que nos tienen acostumbrado en, válgame la sincronía, las películas. Es más bien como si se hubiese roto el water, el agua sube lenta, como oleosa, como si alguien hubiese hecho un hoyo en el piso y saliera y saliera agua, y no se fuera a acabar nunca.

Cuando llegamos ahí una persona empezó a gritar que no estaba su amiga.
Y ya me cansé de inventar.

5 de marzo de 2011

Ecuación

Toma todas las horas que tengo que estudiar cosas que no me interesan, luego las que tengo que trabajar en cosas que no me motivan, en horarios que me alienan,
pero toma luego todas las horas de relaciones fundamentales, de cosas que disfrutas, de beneficios que gozas,

pero ahora toma todas las horas que un curado de calle pasa con frío, solo, con pena,
y al final mira todo el tiempo que pasa ido, escapado, en un mundo de alcohol donde nada molesta y todo es risas.

A veces no sé quién la hizo mejor, dude,
pero como dijo un personaje de una película,
i chose life,

así que sumo horas y minutos de cosas gloriosas, y sólo de vez en cuando, con alcohol.

Los últimos 112 se los debo a Scott Pilgrim vs. The World, película que realmente recomiendo.
(Mi cinefilia del último tiempo está siendo alimentada por los muchachos de Insomnia, thankyouverymuch guys)

26 de febrero de 2011

Pontypool


Simplemente, ya no recuerdo cuándo escribí prosa por última vez.



Sin embargo, el log documenta que desde ese tiempo entré y salí de una mini-depresión, modifiqué la percepción que tengo de mi futuro académico, reordené los intereses en mi tiempo libre, prácticamente dejé de hablar con la mujer con la que creí que iba a casarme, cambié todos mis autores favoritos, alteré mis hábitos de lectura, de gastos y de estudio en forma radical, y de vida saludable en forma definitivamente no tan radical, decidí algunas cosas que no haré y que sí haré con mi futuro, trastorné profundamente mi evaluación de yo mismo, trastoqué mis suscripciones religiosas, pulí mi concepto de felicidad, renové el sentido de las relaciones en mi vida, y en general, pretty much everything changed, ahora que lo trato de escribir y me doy cuenta que podría seguir y seguir.

Nada que extender acerca de esas fruslerías, en todo caso. Si voy a romper un silencio tan largo, y tan poco forzado como por el contrario, natural y orgánico, tiene que ser por algo que valga la pena.

Vi Pontypool.

No quiero arruinarla con nada, ni tan siquiera con sugerir su género, la construcción delicada de los personajes, el manejo del color en la fotografía, o el uso sublime del sonido. Es magnífica, pero ¿de qué voy a hablar si no la quiero tocar para no arruinársela a usted, señor lector?

¿Ud. escribe, mi amigo? ¿Compone, pinta, saca fotos, filma, hace volantines? ¿Le ha pasado eso que sucede cuando mira el trabajo de alguien más y dice oh dios, no hay nada nuevo bajo el sol? Por supuesto que le ha pasado, si repetimos los mismos temas pensando en un cansancio que en verdad no existe, no los agotamos nunca porque no existe tal cosa, sólo hay el regocijo de ver el mismo poliedro por todas sus caras y a todas las luces; y ud. ve el trabajo de ese otro que también le muerde la galletita a dios para ser co-creador del wooniverso, y sabe que él habla en su mismo lenguaje, en su misma frecuencia; que siente, que le duele y le arde y le quema y le sabe dulce y glorioso eso mismo que a usted lo despierta en la mañana y lo arropa por la noche, mi buen señor, ese tema que le da vueltas a la vida y que, seamos sinceros, usted lo cree también, justifica la existencia del mundo entero.

Eso que le pone todos los sabores a coger el lápiz o el pincel o los palillos a crochet o lo que sea que usemos y luchar contra la hoja, contra el color, contra el espacio mismo, contra nosotros mismos y nuestras condenadas ideas limitadas, y nuestras maravillosas ideas limitadoras, como cercos que rodean y contienen y nombran y nos dan la posesión de eso que nos palpita en el alma, ese lazo que lanzamos en la negrura de lo que no existe aún y vuelve con una criatura fantástica atrapada.

Y no importa que el de al lado pesque a nuestra misma trucha, el mar es grande, es fabuloso e infinito y puede hacernos a todos felices, porque cuando uno le da permiso, la trucha del de al lado brilla igual de linda y salta lo mismo de espontánea, y nos pone en la luminosa y brillante nirvana de la meta-comprensión tal cual.

Eso es Pontypool para mí, con mis temas. Escribí un poema hoy, a las siete y cuarenta y dos de la mañana lo empecé, volviendo de una juerga con mis muchachotes. Podría ser el diálogo final del largometraje. O el largometraje podría ser mi poema. ¿Quién soy entonces?



A veces no importa.