Aún después de este día interminable
réstame llegar,
abrir las puertas,
accionar desde cerca los aceitados mecanismos
y como en una película de western obsesionada de detalles
anular el cerrojo
echando a correr el cascabeleo de las llaves.
Y sé al otro lado:
penumbra, silencio, un aire que se ha secado
pasando la tarde inmóvil
sin esperarme
porque el aire es siempre el mismo
y ya está cansado de todo.
Sé más; sé los sitios precisos donde abrevan los muebles,
descansa la alfombra
y apacienta mi cama,
ganados seguros e inmóviles entre la mies poco quieta de mis cansinos movimientos
Quizá demasiada lectura
me está proponiendo discertezas sesgas
o un influjo estacional rasca la perilla micrómetro de mis autocrinos
no lo sé;
Pero tiempo en tiempo me repulsa
- ¡no, c'est un verbo demasiado rudo! -
me silencia el llegar a saberme tan solo,
y Roa Rebolledo, página veinte y cinco:
De ahí que el bien ético
sea todo lo que procura simultáneamente
la realización de sí y de los otros
por eso el amor es el bien por excelencia,
aunque yo sé que nada de medias naranjas y siempre naranja entera,
al otro lado de la puerta
agazapada y negra
simulando ser una menestra más
el refrigerador, un vaso, o el armario,
la duda sorda de si esto está correcto,
esta soledad,
esta convicción y apuesta
de ser feliz
sin nadie a quien llegar cuando llego,
esa duda, yesca
de si quizás está todo al revés y al final del día nadie llega,
nadie llega,
si al final del día
no soy si no yo que me voy,
yo, soy yo, que a esta hora en este umbral me voy,
yo que estoy saliendo.