Por mi parte, el problema de si hay un dios me es bastante más indiferente que el de cómo sería esta divinidad teórica. Anoche soñé una de las aproximaciones más hermosas que han venido a caer a mis manos.
Borges familiarizó el concepto de lenguaje analítico: Un sistema que prescindiese de la idiosincracia y del diccionario, donde cada unidad sintáctica fuera completa, autosuficiente; así, la palabra para conformar gato en la mente del lector, digamos "ardi" sería un acúmulo de partículas donde a corresponde a animal, r a mamífero, d a peludo, y quizá i a casero, y así con todos los objetos, que quedan definidos en su nombre.
Huelga decir que esta es una aproximación profundamente humana al problema de la comunicación. Primeramente, por su propósito: es un habla económica, simplificante, que ahorra tiempo y malentendidos a un ser que vive acosado por su tiempo y diezmado por los malentendidos. Pero en segundo momento, por los ecos de lo que implica como modelo: la pretensión de que el universo es unitario, finito, y disecable: que la realidad se puede clasificar, puesto que es periódica.
Otra particulariadad de tal lenguaje analítico es que se encuentra a medio camino de otros dos sistemas de comercio de palabras que, siendo opuestos, no son sino el mismo. En un extremo, está la progresión en extremo del mismo idioma analítico: Esto es, si pudimos agregar la partícula de peludo, habrá una partícula precisa que nos diga el color, alguna otra para la edad, el tono de los ojos, la posición exacta en que se encuentra el gato, su historia personal (¿o animal?). Las palabras pueden así crecer desmesuradamente, en longitud y en precisión; la mente que manejase tal volumen de información, es decir, capacitada para descifrar las palabras de este lenguaje, se aproxima peligrosamente a una mente no humana.
El otro extremo es el de la palabra completamente (como objeto) carente de información. Es el lenguaje que (como sistema de numeración) el mismo Borges propuso para los ángeles: un sistema totalmente desprovisto de un ritmo, en que cada componente del conjunto (en este caso nuestro, del universo) posee su propio signo denominador. Este es un lenguaje del caos, en la medida en que no entrega información: sólo la multiplica. Ya no solo el gato tiene una palabra en particular, si no cada pelo de su cuerpo, cada gránulo de caspa, cada mirada atenta, tiene su propio nombre, único, pronunciado en la intimidad del dios.
Sistemas de palabras infinitos, inconmensurables, que no corresponden a códigos para densificar la información a expensas de sus detalles (esto es, no son lenguajes humanos) si no por el contrario, se corresponden con la escritura de cada cosa en el libro de las cosas, absoluto, completo, y sin repetición. El lector más atento (y con más tribulaciones teológicas) notará lo inquietante que resulta que de la proyección natural del más humano de los artículos (el habla), la insistencia en cualquiera de las direcciones nos deviene en un mismo artículo divino. El intento lingüístico humano opera como un sistema degenerado a partir de un sistema natural de comunicación de la totalidad; el hombre, finito, mortal, incapaz de la totalidad, roe en los extremos del lenguaje un sistema vicario para manejar la realidad parcelada.
Lamento el argumento teológico que me he visto obligado a descubrir; mi intención era menor, sólo ilustrativa, para una definición de Dios que se me dio durante reflexiones en torno al lenguaje analítico. Imaginando al dios como poseedor de cualquiera de sus dos vertientes, un lenguaje que todo lo define y clasifica al universo, o por el contrario, un lenguaje que a todo glorifica y da un nombre en el libro de las cosas, puede plantearse la siguiente teogonía:
"El acto de la creación, la creación misma pues, es el larguísimo recitado de los nombres de todas las cosas, es dios pronunciando sobre el silencio del vacío el nombre completo y verdadero del universo, un sujeto gigantesco compuesto por cada una de las cosas, la palabra gato, la palabra que denomina la palabra gato y la que denomina la letra g y la que denomina a la letra a y a la que denomina a la g junto a la a, todo a un tiempo, todo en una sílaba inconmensurable; el objetivo de todo esto es poner en acción a Dios, pues si toda la Creación es el sujeto, Dios es el justo predicado, y el universo no existe sino para hacer actuar al Verbo; podemos atrevernos aún más y señalar que el verbo es es dicho, y siendo el verbo solitario suficiente, el verbo ha querido proyectar un sujeto, sacarlo de lo implícito de su existencia a lo explícito, para ser actuado. Después de ello se comprende que al principio era el Verbo, y el universo no necesita mucha más justificación: el universo actúa a dios. "