Necesito un teléfono inteligente, para poder mandar mails, para poder ser más eficiente, para poder atender más pacientes y ganar más plata, para poder comprarme el teléfono inteligente.
Necesito ganar más plata para comprarme el auto que me lleve rápido al trabajo para perder menos tiempo y poder ganar más plata para comprarme el auto.
Necesito comprar cosas que me hagan disfrutar mucho la vida para que valga la pena el exceso de trabajo que tengo para poder ganar más plata para poder comprar las cosas que me hagan disfrutar mucho la vida.
Estos loops son un clásico. Labores parasitarias; necesidades espúreas, ciclos fútiles. Creo que uno de los grandes avances de mi generación es verlos; creo que menos que los que deberíamos vamos a ser capaces de incorporar esa sabiduría al plan de vida, en todo caso.
Y aunque ahora esa idea es una de las cordas que rigen mi filosofía, - curiosamente - no surgió desde la individualidad. Las primeras incursiones intelectuales que me llamaron la atención sobre las recurrencias innecesarias fueron las ciudades.
El grueso de la población de una ciudad trabaja en servicios; servicios que en teoría existen como soporte para el segmento que trabaja en el sector productivo. Podríamos decir que una ciudad, lo único que es necesario es la población que trabaja produciendo algo. La dinámica de la ciudad inicia con un cultivo; el cultivo aumenta, se hace necesario tener un escriba que registre cuánto grano se guarda. Esto genera la casta administrativa, que a la larga genera la realeza. A medida que la administración se complejiza y aparece comercio con ciudades aledañas, aumenta el volumen de individuos dedicados al servicio (mientras que la producción más o menos se estanca). Llegado a un número crítico, empiezan a aparecer servicios para mantener servicios; el mantener la población dedicada a servicios satisfecha. Entretenimiento, Educación, Salud, etcétera. Dada una civilización suficientemente robusta, el crecimiento de la ciudad se trasladará desde el sector productivo original - el grano - al sector de servicios.
Aquí comienza el ciclo fútil. Es como si pusiera un puntal en una casa, pero luego al hacer crecer la casa, necesito apuntalar el puntal original; si eso pudiera hacerse, todo bien, pero el problema es que apuntalo los puntales con puntales que requieren más puntales; pronto, el espacio físico utilizable de la casa en construcción desaparece en aras de poner más y más puntales, y todo mi esfuerzo de construcción se basa en puntales y mejorar su ingeniería.
Los granulomas de la tuberculosis se comportan en forma similar; el micobacterio es ingerido por un fagocito. Con una bacteria común y corriente, sucede una de dos cosas: o el fagocito logra destruir a la bacteria que tragó, o se autodestruye al no poder hacerlo, invocando más fagocitos y células "de segunda línea" a combatir la infección. El micobacterio impide ambas cosas, sin embargo, genera un ambiente inflamatorio alrededor del fagocito que llama más células (fagocitos, fibroblastos, células T) que rodean al fagocito; estas células también se activan, llamando más células, y más, y más. El resultado macroscópico es la muerte de las células al centro de este grupo, y la formación de una pelotita fibrosa inflamada que se llama granuloma.
Desde aquí en adelante, mediante la adición de servicios, el bienestar aumenta en forma lineal; pero su ineficiencia aumenta exponencialmente. Desde la fuente original de mantención del sistema-ciudad, surge una excrecencia de servicios interdependientes entre ellos, pero desconectados de la fuente. La jerarquía requiere teléfonos; los empresarios de teléfonos requieren salud; los médicos requieren televisores; los productores de televisión requieren que sus hijos vayan a la universidad; los investigadores en la universidad requieren transporte público; el transporte público requiere abogados; y así el sistema crece y crece y crece, sin lógica. La ciudad aumenta sus requerimientos para aumentarse a sí misma. Es un sistema sin homeostasis.
Cada servicio que aparece para administrar bienestar genera dispersión de éste; Se puede imaginar como si el segmento productivo fuese una fuente. El primer servicio (la administración, la casta real, etcétera) es como una gran cuba en la que se recoge el agua para que no se pierda. Sin embargo, algo se pierde, por lo que se invocan cubas más chiquitas que recogen lo que la fuente chorrea por otros lados: ahora imaginen esto mismo, sólo que para construir cubas se necesita consumir agua.
Los sistemas económicos son un intento de organizar las cubas. En el de Adam Smith, cada cuba va una dentro de otra; el agua debiese chorrear. El sistema falla porque la primera cuba siempre está llena; la del final apenas le llega un goteo. El comunismo equivale a intentar distribuir toda el agua entre las cubas en forma equitativa; falla porque no hay suficiente agua, y además requiere de todos modos un servicio central que tiende a acaparar el agua.
Imagino una novela de ciencia ficción que describe las biósferas como organicidades; organicidades que son capaces de enfermar. El abordaje clásico es que la enfermedad es el humano. con su comportamiento tumoral metastásico (crecer devorando todo lo que lo rodea, derivar recursos de otros sitios del entorno hacia sí, expandirse adaptativamente a otros territorios). En esta novela se exploraría la posibilidad de que el virus sea la ciudad. La inteligencia sería una reacción de la biósfera, algo así como los granulomas de una tuberculosis, un elemento patológico, pero no la enfermedad en sí, si no que sólo algo circunstancial. La ciudad es un virus del planeta. Y se comporta como tal, generando ciclos fútiles, consumo de energía, y expansión constante.
Y no es solamente que seamos monos tarados; es un defecto hard-wired en la bella máquina. Al centro del cerebro está el avance más importante desde la quimiotaxis: el sistema VTA - Accumb. Esto es, el Área Tegmental Ventral y el Núcleo Accumbens. El VTA le asigna deseo a las cosas; el Accumbens recompensa el lograr el deseo con placer. Antes de este sistema tan simple pero tan precioso, un gusano planario que se enfrenta a un pozo de azúcar y un predador potencial está prácticamente obligado; si hay suficiente azúcar, se acercará inexorablemente, aunque el predador esté allí esperándolo en el centro.
Un animal dotado de VTA-Accumb, en cambio, puede priorizar. Hay cosas que dan más placer, así que la próxima vez que el cerebro se enfrenta a ellas, tienen muchas más prioridad. De cajón cae el paso siguiente en el desarrollo del celebro: decidir. Y es que podemos considerar que todos los sistemas "superiores" del prosencéfalo no son sino "periféricos" de esta pieza central. Nuestra capacidad de discriminar, de asignar valor y relevancia, de enfocar sensores y generar atención, de abstraer patrones, todo no es más que un feeder para que el VTA pueda asignar deseo para conseguir placer del Accumbens.
Los periféricos más flashy y con más funciones los tiene la rata humana, claro está. El más interesante es la capacidad de darle al VTA información altamente abstracta; para peor, es una capacidad muy refinable. Tenemos así un VTA capaz de asignar valor a la filantropía, a la bondad, al sacrificio, al esfuerzo, al éxito, a la lealtad: un cerebro capaz de desear todas estas cosas.
Para complejizar las cosas, el lenguaje permite la transmisión de abstracciones entre cerebros;y esa información puede llegar al VTA.
Ciclos fútiles.
Desear algo que no es necesario. El VTA puede hacerlo, merced de la Prefrontal, su más nueva adquisición a nivel evolutivo. Es altamente difícil (más no imposible!) poner un filtro metacognitivo a este proceso, es decir, evaluar activamente qué, por qué, y para qué se desea. El concepto implícito es que la VTA, es decir el DESEO, es educable; con ello, el placer vital también. Se puede ser feliz haciendo que el VTA logre lo que desea (para eso surgió el VTA). Pero también se puede ser feliz haciendo que el VTA desee lo que se puede lograr.