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Por último, hay una arista paradojal del asunto. Porque en verdad la vivencia Sí es interna; todos los elementos de juicio, el “molde” se aplica en forma póstuma, tras haber sentido la parte visceral, el yo-sentido, el yo que se ve movido por el arte. Y a eso después le colgamos etiquetas para poder disecar, para justificar y validar. Si se quiere se puede ver como que al final los preceptos se hacen propios, y se deforman, asimilados por la experiencia personal.
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Por último, hay una arista paradojal del asunto. Porque en verdad la vivencia Sí es interna; todos los elementos de juicio, el “molde” se aplica en forma póstuma, tras haber sentido la parte visceral, el yo-sentido, el yo que se ve movido por el arte. Y a eso después le colgamos etiquetas para poder disecar, para justificar y validar. Si se quiere se puede ver como que al final los preceptos se hacen propios, y se deforman, asimilados por la experiencia personal.
El gran cinismo del arte. ¿Por qué? Por el miedo al sesgo. Miedo al error sistemático, miedo, en el fondo, a que el acervo de contenido personal tiña la experiencia artística a tal punto que no sólo deje de ser aprehensible para el otro, sino lisa y llanamente intransmisible. Miedo a la irreproducibilidad de la experiencia, pues al fin y al cabo, en el mundo de la imprenta y la ciencia-de-curva-de-Gauss, la verdad está definida por la repetición; la confirmación de existencia, el certificado de nacimiento de las cosas sólo se imprime cuando está su doble (o más) para corroborar.