B.:
Soñé contigo un sueño muy extraño. Estamos en el hall de una biblioteca antigua, preciosa, con ornamentos y bajorrelieves, lámparas grandes, un tremendo ventanal que da a una ciudad iluminada; es al parecer un piso alto, porque se ve en perspectiva. Hay poca gente más. Se prepara una pieza de música, es un concierto de cámara para flauta dulce barítono, acompañada por cuerdas, pianoforte, recuerdo un arpa, y un bloque de flautas. El concierto es docente, pues hay un profesor que corrige y da indicaciones a la flautista; los instrumentos son de época – todo es de madera – tiene un cariz como del barroco, recuerdo que la música sonó en mi mente y era muy bonita, pero no logro relacionarla con alguna pieza que conozca. Los músicos se ven contentos. La flauta es desmesuradamente, imposiblemente, irrealmente grande: la instrumentista tiene que tapar los hoyos con las palmas.
Estás allí conmigo y eres nítidamente tú, sin embargo, particularidades: tu pelo es intensamente cobrizo, y lo llevas arreglado en infinitas muy pequeñas trencitas. Te ves tranquila y a gusto. Diría incluso feliz. Lo dices: - estoy bien -.
El concierto acaba, y con esa facilidad de los sueños, ahora vamos entrando en un edificio lleno de ventanas, de ambiente blanco; diríase el Hospital Clínico UC, pero con una clara sensación de espacio, techos altos, y stress-free (todo este sueño es como una epopeya hippie del bienestar ambiental), iluminado por ventanales, es como si todo el lugar fuera hecho de vidrio. Tú quieres, insistentemente, chocolates, y de pronto el edificio es un salón – buffet, pero no hay nadie, estamos nosotros y quienes venían con nosotros (son sombríos, poco claros: inespecíficos). Decidimos entre risas que hay que robarse los chocolates y es una pequeña aventura.
Un beso,
Juan – Ignacio
[fragmento de carta-sueño]
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