La Tía Raquel ya era nonagenaria cuando yo era un pescado pre-teenager, y legendaria también. Era esa tía que nunca se casó, que olía a recónditamente viejo, que se seguía tiñendo las canas, y de la que siempre se hablaba como arqueando las cejas.
Cuando murió fue como si la muerte hubiese pasado con un viento, como una cosa extraña, hermosa y desconocida, que sucede en la vereda de al frente, desde lejos. Se murió la Tía Raquel. Ah.
Fue lo primero que pensé cuando leí este y este post, de una Raquel que parece ser bastante cercana o por lo menos conocedora mía.
Y yo sigo pensando y pensando y seguro que la Tía Raquel sigue siendo la única Raquel en mi corta y animosa vida. No sean tímidos.
1 comentario:
me dio miedo esta entrada!.
aunque esta como para convertirla en algo más.
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