Hoy un tipo hacía cagar a su perro al borde de mi portón mientras yo llegaba.
- Caballero, la próxima vez que saque a pasear al perro, lleve una bolsita y le recoge la caca
- Pero si yo saco a pasear al perro es normal que lo hagan pué
- Pero la ley dice que debe recoger la caca
- Pero eso como que no va con el cerro, ve? Eso es para el plan, para que se vea bonito
- No, la ley es para todas las calles
- No, eso con el cerro no va, da lo mismo si hay caca.
Déjense de weás, no pienso perder ni un puto segundo de mi vida por este tipo de gente.
La gente es tonta, así en Helvetica, y no merece más que indiferencia, a menos que activamente demuestren valor. Dixit and will keep dixin' it
Paro ahora en serio, un poco de reflexión. La respuesta que recibo en mis círculos cuando emito este tipo de exabruptos cobra formas, intensidades y condenas disímiles pero en general se reducen a un mismo argumento fundacional: A la gente hay que educarla.
Es difícil rebatir eso, suena perfecto. Pero realmente ¿hay que educar a alguien para querer vivir en un lugar limpio, para deambular por sitios hermosos? ¿Qué tanto de eso es realmente educar y qué tanto es instalar una necesidad creada?
No es secreto que se puede sufrir sobre un Mercedes escuchando a Wagner, rumbo a la Sala de Arte, vestido bellamente y mientras se piensa en el ensayo sobre la obra de Vallejo que se leyó ayer, mientras se toma nota mental que hay que ir a depositar las pilas para reciclarlas y hacer la donación al Jardín Botánico. La cultura no hace mejor a la gente.
Quizá hay que dejar a cada uno lo que necesita. No creo que los sopaipillas sean más feliz escuchando a Mozart si se los enseño, que escuchando su bachata reggaetonera. En serio. No. No es necesario hacer esa inversión. Cada uno tiene lo que quiere y necesita.
Insisto que el problema está aquí. El descontento social es de dos tipos: el real, el que tenían los trabajadores de 1900 que eran asesinados en sus fábricas; y el creado, el de la gente que le han enseñado a querer cosas que no necesita. El pueblo no necesita que lo eduquen: aquellos que quieren ser educados, lo serán. Lo buscarán. Lo proporcionarán a sus hijos, en vez de regalarles celulares última generación y zapatillas Nike. Y esos hijos a sus hijos. Así se genera la cultura: entre quienes la quiren, entre quienes la viven, la aman, la necesitan.
No le enseñen al pueblo a querer lo que no quiere. No quieren violines. No se lo enseñen. No quieren calles limpias. No se lo pidan.
Es mi culpa, por "vivir en el cerro". Es cierto. El cerro Merced es un lugar para que hagan caca los perros, porque la gente que allí reside lo permite. Yo que me quejo soy el no perteneciente. Y claro, como me cargan los perros y sus cacas, voy a salir de aquí. Esta sociedad que nos construimos funciona así. La movilidad social sí existe, y anda bien.
Lo que pasa es que hay algunos que quieren el pan y el pedazo, y quieren Beethoven y Daddy Yankee, calles limpias y flojear.