Durante mis años escolares, completa y poderosamente bajo el influjo ético (más poderoso aún que el poético) de Nicanor Parra, y firmemente comulgante de sus doctrinas del lenguaje, ni tan implícitas en sus textos, pero requirientes de cierta hermenéutica accesible quizá sólo por "el oficio", practiqué (lo atestiguan aún los cuadernos de esa época) una deconstrucción sistemática, pogrómica, progresiva y completa de la escritura, la devastación como una herramienta fehaciente de reconocimiento, primero, de apropiación después, y finalmente de verdad y trascendencia.
El proceso fue tan completo que culminó en bastantes meses de férreo silencio en la palabra escrita, pues estaba destruida; el lenguaje, deshecho, desarticulado. Duró esto hasta que me sentí permeado satisfactoriamente de lo que había logrado: lo que había escrito al no escribir, el lenguaje del no lenguaje. El proyecto estaba completo, y ciertamente me sentí victorioso; había logrado mi primera verdad poética, viéndome como un concretor digno de lo que Parra propuso, y sólo esbozó.
Pude considerar (y lo considero aún) que ese texto-hápax, inexistente y por lo mismo más poderoso y total manifiesto, constituye el clímax de mi carrera en la lengua. Lo que comencé después - y en lo que aún estoy -, una apropiación sistémica de una posición de hablante, un espacio en la palabra hasta hacerla propia, una vanguardia de ataque, de dirección, sentido, voluntad, código, mito, símbolo, y espacios de silencio significativo, si bien son tributarios nutridos de esa experiencia inicial, pueden englobarse como una segunda carrera lingüística, por completo diferente.
La primera es la voluntad (lograda) de alcanzar la verdad última del habla, pura, objetiva, vinculada a sí misma y en ella a lo divino. La segunda, por el contrario, es el proyecto de búsqueda del propio, del subjetivo, la creación del yo desde un alcázar situado en algún límite incierto del territorio de la palabra, como puesto de vigilancia y búsqueda, pero siempre inmerso, parte del sistema de signos.
Puede que uno requiriese del otro; lo que sé es que a mí me ha sido dado así, y he hecho primero al mundo y en el vacío del mundo luego la partícula infinitesimal que era yo, que era el hombre. (Primero buscar el límite para patearlo hasta descubrir con júbilo que no hay tal; luego glorificar el límite, la menudencia, la pequeñez, lo estrecho, lo sesgado, el detalle, la exclusión, lo imperfecto, lo inespecífico, como señal ¡al fin! del ergo sum.)
Con ello, véase Anguita, Definición y Pérdida de la Persona:
Por cualquier circunstancia, ya interior, ya exterior, el hombre sufre el éxtasis. Nuestro cuerpo mismo se transfigura; mirado desde arriba, tal vez aparezca como una piedra iluminada cayendo desde el pasado o, mejor dicho, desde el tiempo, ferozmente transparente y como bajo el dominio de la mirada de la cámara lenta.
Mi éxtasis consta de dos movimientos, aparentemente opuestos, pero que en realidad integran un sólo estado: se desconocen, primero, los objetos, las formas del mundo; se duda, no intelectualmente, sino con todo el ser, del ritmo del árbol, por ejemplo; se encuentra todo arbitrario: el mundo es una forma vacía y casi inexistente. Es la nada misma adulando al espacio pero sin ninguna realidad trascendente. Luego, uno, iluminado por esa luz esencial que debe ser muy semejante a la de Dios en víspera de la creación, empieza a definir, a coincidir con los objetos: lo grandioso de este sentimiento es la coincidencia que uno lleva a cabo, parado, por decirlo así, desde el otro mundo.
Este poema (en prosa, a pesar que he adoptado la línea o el verso para destacar algunas ideas y darles cierta autonomía dentro del conjunto; y en verso propiamente tal, cuando el ritmo nos arrastra en algunos pasajes) comienza como definición, con el reconocimiento que un dios hace del mundo que ha creado, o que podría haber creado hace mucho tiempo, ¿Qué son la nariz, los ojos, la voluptuosidad, el acto sexual, para ese dios que ignora el tiempo y el espacio? ¿Cómo traducirle a su lenguaje de eternidad estas formas temporales y con palabras temporales? Ingrato trabajo, difícil tarea: porque de ningún modo alguien que no sea, como yo (el poeta), dios y hombre a la vez podrá reconocer la verdad y la justeza de estos hilos que he tendido entre dos mundos tan cerrados. Lo intenté en un momento de fuerte éxtasis. Un éxtasis que hizo esfumarse la realidad, en un comienzo, y, luego, que me hizo comprenderla, sentirla, vivirla, con una patencia irresistible. Es el gozo de vivir, por fin , la realidad después de haber morado en el vacío. Al fin el poema se plantea como pérdida. Es la libertad de morir y de vagar, por fin, después de haber verdaderamente vivido.
Ambos movimientos pueden ser perpetuos, y nada sino la fragilidad humana habría de impedir que se sucedieran a través de nuestro ser hasta el infinito: Eternidad, tiempo, eternidad, tiempo. Rayando por estos dos túneles alternos, una hermosa zebra es el hombre. El que se atreva lea mi poema toda la vida, y encarne, con vigor y profundidad creciente, el símbolo de mi animal.
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Léase a la luz de lo anterior:
The parish of rich women, physical decay,
Yourself. Mad Ireland hurt you into poetry.
Now Ireland has her madness and her weather still,
For poetry makes nothing happen: it survives
In the valley of its making where executives
Would never want to tamper, flows on south
From ranches of isolation and the busy griefs,
Raw towns that we believe and die in; it survives,
A way of happening, a mouth.
- In Memory of W.B. Yeats, WH Auden