Montant comme la mer sur le roc noir et nu?»
— Quand notre coeur a fait une fois sa vendange
Vivre est un mal. C'est un secret de tous connu,
Une douleur très simple et non mystérieuse
Et, comme votre joie, éclatante pour tous.
Cessez donc de chercher, ô belle curieuse!
Et, bien que votre voix soit douce, taisez-vous!
Taisez-vous, ignorante! âme toujours ravie!
Bouche au rire enfantin! Plus encor que la Vie,
La Mort nous tient souvent par des liens subtils.
Laissez, laissez mon coeur s'enivrer d'un mensonge,
Plonger dans vos beaux yeux comme dans un beau songe
Et sommeiller longtemps à l'ombre de vos cils!
«¿De dónde te viene - me dijiste - esta tristeza extraña,
que sube como la mar por la roca negra y desnuda?
- Cuando nuestro corazón ha hecho ya su vendimia,
vivir es un mal. Este es un secreto de todos conocido,
Un dolor por mucho simple y nada misterioso
y, tal como tu alegría, rutilante para todos.
¡Así que deja de buscar, oh bella curiosa!
y aunque tu voz sea dulce, ¡cállate!
¡Cállate, ignorante! ¡Alma en constante arrebato!
¡Boca de risa infantil! Con más fuerza que la Vida
la Muerte nos tiene atados con lazos sutiles.
Deja, deja a mi corazón embriagarse de una mentira,
hundirse en tus ojos bellos como en un bello sueño
¡y dormitar largo tiempo a la sombra de tus pestañas!
— Fleurs du mal, Las flores del mal, Charles Baudelaire, 1861.
(Trasliteración al español mía).
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Así, así tal cual, Charles. He llegado a creer que estoy en la buena senda, a punto de tropezarme con lo mismo que yo escribo en letras de siglos. No puedo negar que el hoyo en el amor propio es grande, pero la recompensa es aún mayor. Parra, Auden, Baudelaire: cada vez que he entrado (porque son como una piscina espesa, e infinita como un océano, en el que hay que sumergirse por completo) en la obra de uno de ellos, como de refilón, como por si acaso, me he hundido en mí mismo con fuerza, con asombro, casi con lujuria. Esas letras obscenas y malditas que son mis letras no dichas.
Cuando uno se enfrenta a Baudelaire hay que tomar una postura. Pese a lo que pareciera, sus poemas son de una sutileza genial, enloquecedora. Metido en medio del romanticismo más obtuso, recargado de frases amorosas, de ojos como zafiros y rostros de ébano, Baudelaire renuncia a renunciar a estos esquemas. Por el contrario, usa y abusa. Y ahí podría uno tomar la primera postura, dejarse llevar por la innumerable repetición, casi pleonásmica, del deux, del deuce, del dulzor almibarado con que describe todo lo que no sea él mismo, y decir, sí, este tipo es el clímax del romanticismo, su métrica elegante, su spleen melancólico, su uso de las figuras del gato, del demonio. Pero Baudelaire va mucho más allá.
Utilizando la jaula de finales rimbombantes por excelencia, el soneto, logra algo que yo no se lo he visto a nadie más que a él: el mejor verso del poema nunca es el último. Cuando nuestro corazón ha hecho ya su vendimia, / vivir es un mal. Concha desu madre. Y así todo el tiempo. cada poema es un pequeño retrato de su poética completa, una poética que nace acabada porque lo bonito ya fue, y sólo quedan los preámbulos que anuncian la decadencia, la obscenidad, la grosería. Y no se cuida de hablar de putas ni de nada, está ahí, en el centro del fin, anunciando su caída como albatros viejo.
Y por otro lado, viejo, Semper Eadem.