Nicanor Parra
Ya no estoy en mi casa
Ando en Valparaíso.
Hace tiempo que estaba
Escribiendo poemas espantosos
Y preparando clases espantosas.
Terminó la comedia:
Dentro de unos minutos
Parto para Chillán en bicicleta.
No me quedo ni un día más aquí
Sólo estoy esperando
Que se me sequen un poco las plumas.
Si preguntan por mí
Digan que ando en el sur
Y que no vuelvo hasta el próximo mes.
Digan que estoy enfermo de viruela.
Atiendan el teléfono
¿Qué no oyen el ruido del teléfono?
¡Ese ruido maldito del teléfono
Va a terminar volviéndome loco!
Si preguntan por mí
Pueden decir que me llevaron preso
Digan que fui a Chillán
A visitar la tumba de mi padre.
Yo no trabajo ni un minuto más
Basta con lo que he hecho
¿Qué no basta con todo lo que he hecho?
¡Hasta cuándo demonios
Quieren que siga haciendo el ridículo!
Juro no escribir nunca más un verso
Juro no resolver más ecuaciones
Se terminó la cosa para siempre.
¡A Chillán los boletos!
¡A recorrer los lugares sagrados!
La letanía del ateo es lastimera. Precisamente, porque no tiene destinatario (y no hay nada más triste que carta sin buzón). Es fácil ser un descreído en tiempo de vacas gordas, pero cuando la cosa es cuesta arriba, ¿en dónde justificarse? Frente a lo más desagradable de la existencia, frente ese fenómeno que hace cuestionarla, el sufrimiento, el creyente puede y tiene a qué aferrarse para modelar, para dar sentido, en definitiva.
El ateo no. Sí, claro, hay un montón de valores de transición - temple, aprendizaje, et caetera - heredados de la educación eclesial a los cuales el ateo puede echar en mano sin sentir que se está rezando el rosario, pero al fin del camino, cuando se llega al centro, no hay sentido que valga. El sufrimiento es un cuestionante definitivo: ¿Para qué estás viviendo, dime?
No para esto, claro. Y entonces, de coletazo ¿y entonces?
Entonces confío en que las cosas se van a poner mejores, entonces esto no ha sido siempre así; pero es esa confianza en el futuro lo que a uno le da resquemores. Uno debiera vivir ahora, no después.
Y es en esto donde yo, ateo, soy frágil. Porque una vida no trascendente, una vida basada en el hoy, no tiene buenas defensas contra el sufrimiento; no se lo explica, no lo maneja, apenas sí lo atraviesa.
Vengo de vuelta de pasarla pésimo; no me lo puedo explicar, no lo puedo manejar, pero sé que soy frágil. Veamos que eso se convierta en recurso. Y aprender a ser el eslabón más débil de la cadena me sirva para estar de otra manera cuando otro lo sea.
Y por supuesto: