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19 de octubre de 2012

La propiedad.

"My friend Willie-Jay used to talk about it. He used to say that all crimes were only varieties of theft. Murder included. When you kill a man you steal his life. I guess that makes me a pretty big thief. See, Don – I did kill them."

"Mi amigo Willie Jay solía hablar de eso. Decía que todos los crímenes eran sólo variantes del robo. Asesinato incluido. Cuando matas a un hombre, le robas la vida. Supongo que eso me hace uno de los grandes ladrones. Fíjate, Don: Yo los maté."

- Truman Capote, "In Cold Blood" ("A sangre fría")


           No es tan descabellado. La lectura reciente de Truman Capote, periodismo de verdad, me ha dado muchísimo que pensar. Sobre el periodismo de verdad (y qué es lo que considero periodismo de verdad, y por qué) ya hablaré luego; por ahora vamos con este articulillo, segundo de una serie de dos, sobre la propiedad.

POSESIÓN
Truman Capote
           Si todo crimen es la ofensa contra el hombre, y todo crimen es una variante del robo, la ofensa contra el hombre es la ofensa contra su propiedad. ¿Es acaso la propiedad una característica inherente al ser humano? En estos momentos en que vivimos en una sociedad basada en la propiedad y el consumo, y en la que durante el último siglo han aparecido detractores poderosos (en cinco años más estaremos conmemorando el centenario de la Revolución Rusa, muchachos!) de la propiedad privada, es una pregunta que no puede dejar de inquietar. "Poseer" es un término que se ha agrietado, se ve feo como fin en sí mismo, y dependiendo de nuestra caja de caudales, arrugamos un poco más o menos la nariz cuando lo pensamos.

           No obstante, es posible que poseer sea uno de los ejercicios más potentes (y básicos) de la noción del yo. Poseer es un acto expansivo en que reconozco mi autarquía, percibo mis límites, y deliberadamente, incluyo elementos que antes no estaban circunscritos a ellos, para formar nueva parte de mi totalidad. Es la ampliación de la frontera de la propiedad básica: el cuerpo.

Rusos

           El cuerpo actúa como la propiedad elemental, por defecto. Todo el desarrollo neurológico y de la personalidad depende en casi completa medida de una noción de yo que está centrada en el cuerpo que yo soy. La construcción del yo abstracto no se da sin esta base; la solidez del mismo depende de la estabilidad de la primera. Sin embargo, el cuerpo como primera propiedad, al constituirse en escuela de "lo que yo soy", es simultáneamente la escuela de "lo que yo poseo". 
           
CUERPO Y POSESIÓN   
             Esto pues para poseer es innegable que debo tener la noción de la propia existencia, y a su vez, la posesión es un confirmador claro de mi interacción con el universo (en extensión, de mi veracidad como ser). Pero además, como hemos reconocido a la propiedad como el acto de expansión del yo básico (el yo - cuerpo), el acto de poseer es un medio para ampliar el repertorio de lo experimentado como propio; Si la propiedad amplía mis límites, el límite más amplio diversifica mis experiencias vitales. La propiedad actuaría así como herramienta de ejercicio del yo, es decir, herramienta de ejercicio de la vida.

           Propiamente, la esclavitud es la agresión última al sistema de propiedades: el robo del cuerpo y con ello, del sistema completo de apropiación de la persona robada; la matanza, por otro lado, aparece como anular la capacidad de poseer. Quedan así definidos en función de la propiedad los dos valores fundacionales del hombre.

Este... otro tipo de Rusos
POSESIÓN Y PERSONA
           Con esto podemos abordar la personalidad como una construcción adquisitiva. Desde la base del cuerpo, adquirimos lo que somos. Esta visión es concordante con la personalidad vista como un ente dinámico, cuya naturaleza estriba en el crecimiento. Es más fácil verlo aún desde la patología: una personalidad con trastorno es aquella a la cual se le ha lesionado desde temprano el sistema de adquisición de elementos, sea al mecanismo, o ofertándole un pobrísimo repertorio de lo adquirible. A un nivel menor, explica que la gran masa, pobre en estructuras elaboradas de adquisición, sea tan voluble a esquemas de posesión propuestas desde el mercado, lo que a la larga daña la personalidad.

          Hasta ahora las definiciones calzan, pero es obvio el conflicto que el "yo poseo" desarrolla cuando el objeto que se desea poseer (es decir, incorporar a mi ser) está dentro de las expectativas de otro individuo. A este respecto, es muy decidor en la historia de la humanidad que todas las grandes civilizaciones (y en general, la cultura continuada desde el post-neolítico babilonio en adelante, de la que somos herederos) han definido (y defendido) la propiedad privada en forma acérrima. Algunos de los textos más antiguos recordados circunscriben legislación sobre la propiedad. Contrario a lo que pudiese pensarse, las culturas sin gran apego por la propiedad material individual lo hacen precisamente con un énfasis en el abandono de la propiedad sistemática (piénsese en el Budismo), o mediante el ensalzamiento de la propiedad de lo público (Grandes Obras Chinas), o la propiedad consumada del yo (nuevamente, los chinos y su parsimonia).
Chinos. Y sus obras Chinas.

          Más aún, la encrucijada entre persona y propiedad nos permite redefinir (y destacar así la relevancia) de la propiedad pública, que no viene si no a ser la extensión de la personalidad pública, la cultura; es el sitio donde se confunde el yo y el nosotros, y por lo mismo, un sistema de sostén y alimentación de la personalidad, en cuanto la tradición no es sino un sistema de reacciones comunitario, y así, segurizante, predecible. Así mismo, se pone de relieve la responsabilidad de lo público en la formación del individuo, en cuanto la propiedad pública es una propiedad básica para sustentar la futura individuación. En simple, es responsabilidad de la comunidad la posesión de parques adecuados si quiere producir ciudadanos de bien.

A esto me refiero

"De esa imaginación pasé a otras, aún más extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa."

- "El Inmortal", Jorge Luis Borges

Borges es muy feo, así que aquí les dejo a Elizabeth Olsen
          Desde aquí, podría ensayarse un discurso capaz de medrar en muchas direcciones. ¿La semilla del robo está en el deseo de querer ser el otro? ¿compartir mezcla las personalidades?. Podríamos proponer un sistema de clasificaciones de robo basados en qué tan cercano está a "lo que necesito adquirir" contrastado con "lo que aparto del otro y le evito adquirir". Hablar de los límites de lo personal, o de la propiedad selectiva como medio de individuación ¿válido?

          Sin embargo, lo que capta mi atención es la gran pregunta, lo que hace que el arte sea arte, que Shakespeare sea bueno y la vida valga la pena ser vivida: ¿Qué es el hombre? oh ¿Qué es el hombre?. El hombre es propiedad, es adquisición, el modo de adquirir, el planteamiento, su universo. Tomar es hacerse partícipe, es cocrear, es comulgar del flujo natural de lo existente; verdaderamente, poseer es existir. El grado, y mucho más importante, el énfasis sobre el grado, la decisión de voluntad que significa el grado, lo pone el existente.

          Es esto lo que yo venía a decir: poseer no sólo no es malo, es la forma de existir. Pero por ello es gran responsabilidad, pues en desmedido, es también la forma de vejar el existir del semejante.

          A modo de corolario, invito a reflexionar sobre dos posesiones relevantísimas. La primera, es la posesión inrobable - mas también, incompartible -, la adquisición intangible: la expansión del yo mediante el crecimiento. Esta sería una forma superior de posesión. Notablemente, el arte figura como producto tanto como origen de este tipo de posesiones. La posesión intangible no es sino una forma de producción, a saber, la posesión que ennoblece al hombre: lo que ha sido creado por él. Me atrevo a postular que una de las poderosas razones por las que nos sumimos (¿o vamos recién aflorando de vuelta?) en una sociedad degenerada es precisamente el gran volumen de humanos que no se han podido dedicar a tareas que produzcan novedad, que produzcan algo adquirible. ¿Quién más infeliz que el burócrata, que sólo media y nada crea?. La entropía de un ser que no produce pero desesperadamente adquiere es ejercida sobre el sistema, que a fin de cuentas, es la sumatoria de nuestras personalidades. Boom. Este artículo está muy largo.

3 comentarios:

Tábatha dijo...

periodismo de verdad. ¿qué es el periodismo de verdad?

Roberto Musa G. dijo...

Extraordinario. Y no lo digo sólo por la presencia del imponente y venerable Perro Fo (o León de Fao, o como se quiera), mi debilidad como coleccionista, cuya presencia dignificaría incluso a un texto no tan magistralmente articulado como éste. Muy de acuerdo con la relación entre 'yo' y 'propiedad.' Pero en vez de intentar decir sobre ello algo por mí mismo, cito las palabras de William James respecto al tema (particularmente su concepto de Self Material), que son de las pocas que intento releer de tanto en tanto:

"Looking back, then, over this review, we see that the mind is at every stage a theatre of simultaneous possibilities.
Consciousness consists in the comparison of these with each other, the selection of some, and the suppression of the rest by the reinforcing and inhibiting agency of attention. The highest and most elaborated mental products are filtered from the data chosen by the faculty next beneath, out of the mass offered by the faculty below that, which mass in turn was sifted from a still larger amount of yet simpler material, and so on. The mind, in short, works on the data it receives very much as a sculptor works on his block of stone. In a sense the statue stood there from eternity. But there were a thousand different ones beside it, and the sculptor alone is to thank for having extricated this one from the rest. Just so the world of each of us, howsoever different our several views of it may be, all lay embedded in the primordial chaos of sensations, which gave the mere matter to the thought of all of us indifferently. We may, if we like, by our reasonings unwind things back to that black and jointless continuity of space and moving clouds of swarming atoms which science calls the only real world. But all the while the world we feel and live in will be that which our ancestors and we, by slowly cumulative strokes of choice, have extricated out of this, like sculptors, by simply rejecting certain portions of the given stuff. Other sculptors, other statues from the same stone! Other minds, other worlds from the same monotonous and inexpressive chaos ! My world is but one in a million alike embedded, alike real to those who may abstract them. How different must be the worlds in the consciousness of ant, cuttle-fish, or crab!

But in my mind and your mind the rejected portions and the selected portions of the original world-stuff are to a great extent the same. The human race as a whole largely agrees as to what it shall notice and name, and what not. And among the noticed parts we select in much the same way for accentuation and preference or subordination and dislike. There is, however, one entirely extraordinary case in which no two men ever are known to choose alike. One great splitting of the whole universe into two halves is made by each of us; and for each of us almost all of the interest attaches to one of the halves; but we all draw the line of division between them in a different place. When I say that we all call the two halves by the same names, and that those names are 'me' and 'not-me' respectively, it will at once be seen what I mean. The altogether unique kind of interest which each human mind feels in those parts of creation which it can call me or mine may be a moral riddle, but it is a fundamental psychological fact. No mind can take the same interest in his neighbor's me as in his own. The neighbor's me falls together with all the rest of things in one foreign mass, against which his own me stands out in startling relief. Even the trodden worm, as Lotze somewhere says, contrasts his own suffering self with the whole remaining universe, though he have no clear conception either of himself or of what the universe may be. He is for me a mere part of the world; for him it is I who am the mere part. Each of us dichotomizes the Kosmos in a different place."

Principles of Psychology, Chapter 9

Roberto Musa G. dijo...

"The body is the innermost part of the material Self in each of us; and certain parts of the body seem more intimately ours than the rest. The clothes come next. The old saying that the human person is composed of three parts - soul, body and clothes - is more than a joke. We so appropriate our clothes and identify ourselves with them that there are few of us who, if asked to choose between having a beautiful body clad in raiment perpetually shabby and unclean, and having an ugly and blemished form always spotlessly attired, would not hesitate a moment before making a decisive reply. Next, our immediate family is a part of ourselves. Our father and mother, our wife and babes, are bone of our bone and flesh of our flesh. When they die, a part of our very selves is gone. If they do anything wrong, it is our shame. If they are insulted, our anger flashes forth as readily as if we stood in their place. Our home comes next. Its scenes are part of our life; its aspects awaken the tenderest feelings of affection; and we do not easily forgive the stranger who, in visiting it, finds fault with its arrangements or treats it with contempt. All these different things are the objects of instinctive preferences coupled with the most important practical interests of life. We all have a blind impulse to watch over our body, to deck it with clothing of an ornamental sort, to cherish parents, wife and babes, and to find for ourselves a home of our own which we may live in and 'improve.'

An equally instinctive impulse drives us to collect property; and the collections thus made become, with different degrees of intimacy, parts of our empirical selves. The parts of our wealth most intimately ours are those which are saturated with our labor. There are few men who would not feel personally annihilated if a life-long construction of their hands or brains - say an entomological collection or an extensive work in manuscript - were suddenly swept away. The miser feels similarly towards his gold, and although it is true that a part of our depression at the loss of possessions is due to our feeling that we must now go without certain goods that we expected the possessions to bring in their train, yet in every case there remains, over and above this, a sense of the shrinkage of our personality, a partial conversion of ourselves to nothingness, which is a psychological phenomenon by itself. We are all at once assimilated to the tramps and poor devils whom we so despise, and at the same time removed farther than ever away from the happy sons of earth who lord it over land and sea and men in the full-blown lustihood that wealth and power can give, and before whom, stiffen ourselves as we will by appealing to anti-snobbish first principles, we cannot escape an emotion, open or sneaking, of respect and dread."

Principles of Psychology, Chapter 10

http://psychclassics.yorku.ca/James/Principles/index.htm