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6 de febrero de 2013

Limones


Conocí a una mujer preciosa, de ojos vivaces, lentes de marco grueso, cuerpo delicado y bello, largo pelo negro, creativa, emprendedora, cautivante, y la convencí de salir conmigo para que ella me convenciera luego a su vez de que no está pero ni ahí. (¡hola Gabriela, todo sin rencor, si pasas por acá!)

Avancé muchísimo en los apuntes de mi investigación en ética de la autonomía leyendo en los turnos, para perder mi cuaderno, al parecer, en un baño del hospital. Decidí salir a andar más en bici para reventar la cámara y terminar de deformar el aro, que ahora ya no calza con el freno.

Calendaricé cuidadosamente mi semana para hoy equivocarme de micro y perder olímpicamente el bus.

Redacté esta entrada mucho mejor y con fotos en mi mente sólo para descubrir que absolutamente todos están de vacaciones en Casa Central, incluyendo los pc, así que escribo esto en el infierno de mi celular.

Lo único que se salva con glorias es el cumpleaños de Pablo Musa, que salió perfecto y tomé lo justo y lo pasé la raja y conocí a Aliky, a Nico y a Javiera que entre los tres son como cinco personas de lo puro bacanes.

Limones. Cuando la vida te los da, haz limonada. O pisco sour. O échatelos en los ojos, qué sé yo. Lo más fácil es sufrir y frustrarse. También lo más zonzo, infantil y poco útil. Al otro extremo está la capacidad, propia del Buddha, de aceptar que las cosas salen como el ajo, la mayor parte de las veces por culpa mía, y tomarlo como viene.

¿y entre medio? Shéng Zhóu, dice en mi segundo y tercer metatarso, el universo es sagrado. Déjalo hacer. Las primeras veces me acogí a la idea de que el universo iba a proveer, que había que dejar fluir a lo que por necesidad acuda. Y cada vez que lo intento el universo parece asentir.


Pese a todo, cada día me hace más sentido que, la verdad, es que el universo es un revoltijo sublime, y no es que provea, es que está provisto; y cuando sucede la caca, simplemente, suceden otras cosas, otros planes.

Suena parecido, pero no es igual. Aún así, a quién engaño, si en el fondo espero que la flaquita de la bici lea esto y me diga que malinterpreté todo, o que algo extraño, místico y sublime me haga pensar que el universo quería que me perdiera el primer bus.
(El cuaderno, en todo caso, no lo perdono con nada, ¡estaba haciendo historia allí, maldito universo!)