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3 de noviembre de 2012

"Estudiaba al pasar un sátiro de Praxiteles, y me detenía ante las efigies del muerto. Cada habitación tenía la suya, así como cada pórtico. Con la mano protegía la llama de mi lámpara, mientras rozaba con un dedo aquel pecho de piedra. Las confrontaciones complicaban la tarea de la memoria; desechaba, como quien aparta una cortina, la blancura del mármol de Paros o del Penélico, remontando lo mejor posible de los contornos inmovilizados a la forma viviente, de la piedra dura a la carne. Continuaba luego mi ronda; la estatua interrogada volvía a sumirse en la noche, mientras mi lámpara me mostraba una nueva imagen a pocos pasos; aquellas grandes figuras blancas no diferían en nada de los fantasmas. Pensaba amargamente en los pases con los cuales los sacerdotes egipcios habían atraído el alma del muerto al interior de los simulacros de madera que emplean para su culto. Yo había hecho como ellos, hechizando piedras que a su vez me habían hechizado. Nunca más escaparía a ese silencio, a esa frialdad más próxima a mí desde entonces que el calor y la voz de los vivos; contemplaba rencorosamente aquel rostro peligroso, de huyente sonrisa. Y sin embargo, horas después, mientras yacía tendido en mi lecho, decidía ordenar una nueva estatua a Pappas de Afrodisia; le exigiría un modelo más exacto de las mejillas. Allí donde se ahondan apenas bajo la sien, una inclinación más suave del cuello hacia el hombro; a las coronas de pámpanos o a los nudos de piedras preciosas, sucedería el esplendor de los rizos desnudos. Jamás dejaba de hacer ahuecar aquellos bajorrelieves o aquellos bustos para rebajar su peso y facilitar su transporte. Los que guardaban mayor semejanza me han acompañado por doquier; ya ni siquiera me importa que sean hermosas o no."

28 de julio de 2012

La Renuncia


Toda renunca en un hombre joven es falsa. Resulta fácil defender este punto parapetado en el nido de águilas que es hoy ser un hombre joven que renuncia. Quizá para un hombre viejo se me presentarían más problemas con el enunciado, empero, y según que tan abotagada por la soberbia esté su inteligencia, persevero en que la sentencia es extensible a la humanidad completa.

Renunciar no es más que hacer espacio, liberar área en esa superficie (¿ánima, alma, mente?) para achurar alguna otra trama, alguna otra dirección que rellene lo escindido y despojado, algún otro color, más opaco, más brillante, tal vez sólo diferente, que pueda venirle al conjunto. Sobremanera en un yo en expansión, como un hongo atómico con su onda de choque, resulta vano tratar del espacio vacío; ser una marea que explota contra el oleaje de un universo viejo e infinito obliga a que cada transiente burbuja sea llenada de inmediato. Epicuro, Diógenes, aún los ascetas no son más que caras de un mismo dado, elementos secuenciales en un mismo evento, continuo, alternante: sondas con las cuales se mide el fondo y al mismo tiempo se ancla al fondo.

Aceptado esto, obliga a la noción del yo divino e infinito. De la corrección cósmica en cada acción.

A veces me pregunto qué rol cumple el yo que escribe (aquí, por ejemplo) en ese infinito. Lo que me obliga a ahondar un poco en qué es escribir, arriba de todo considerando que no-escribir se presenta como acción tan válida - en cuanto enriquecedora - que escribir.

No lo sé.

Pero escribir es una manera especial de leer, y leer - si se bien lee - es quizá uno de los mejores productos de trueque para La Renuncia - la mejor manera de sondear la infinitud, si se quiere. Yo leoescribo como una pelota de espejos. La luz me pega encima y yo difracto, en direcciones.

Marguerite Yourcenar en cambio escribe en un disco condensador. Recibe la luz de miles de soles y luego un haz de partículas-onda, como un rayo.

A continuación, pedazos de las Memorias de Adriano, quizá el libro de filosofía más sincero y universal; escojo sólo lo relativo al hombre, pero es también un hermoso tratado de gobierno, sustentabilidad, y humanidad.


27 de julio de 2012

Ars Poética según M.Y.

Paráfrasis a Marguerite:

El rol del poeta consiste en
imponer su pensamiento a las palabras
pese a la inercia en ellas
que gravita desde la rutina
y desde el lugar común, que no son sino
puntos distantes de la recta del significado: sus extremos
si cabe
hablar de tal cosa en una recta.

El poeta la devuelve (a la palabra)
al hermoso
vacuo
lugar incierto
innominado
e impreciso
que vaga en algún punto entre ellos.