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14 de febrero de 2013

Belleza

"La belleza, como sostendría más tarde la Edad Media, es el resplandor de la forma, que es a su vez lo que constituye a un ser en algo determinado"

- Armando Roa Rebolledo, "Ética y bioética"

Las idas a la playa siempre me sensibilizan para con la forma. Muchos cuerpos por ahí dando vuelta, muchos de ellos bellos, algunos pocos, perfectos. Es cosa de mirar los cuadernos de poesías, me pongo a hacer métrica como si se me fuera la vida en eso, o el blog, en que me pongo productivo.
Este año la playa y toda su explosión de pieles me pilló medio de lado, leyendo Ética, de todas las cosas posibles. Sobre lo bueno, y lo correcto, y el crecimiento, y todo eso. No niego que lo estoy pasando como chancho en el barro, pero me hace pensar, y como todos sabemos, pensar es jodidamente peligroso. 
Estaba esperando el ladrillazo (las ideas me llegan en formato sólido y a un promedio de 90 km/h, para los que no me conocen) solazándome en la contemplación recatada de una rubia que alguien sacó de los reinos de lo imposible cuando ¡plaf! la rubia desapareció. Sentí ese principio, esa mini angustia (o baby angustia, si sigo con la nomenclatura que inventó Camila en función de las baby-ribs) de cuando perdías un juguete, o algo nuevo ya no estaba, algo te tenías que acordar y se te iba, ¡demonios!. Pero de pronto, epifanía,
Ése era mi ladrillazo. El tema problemático con la belleza está en la posesión: algo hay - me interesa investigarlo - en la belleza que suscita deseo de exclusividad y derecho ("La tenencia de una cosa determinada con ánimo de señor o dueño" es la definición de posesión para el Código Civil Chileno, díganme si eso no tiene poesía [Roberto Musa me empoderó del texto]). La experiencia me dice que la posesión es bastante un lastre para ser.
¿Necesito la belleza? No. Lo que necesito es el resplandor de la forma, que me ilumine, y que me alimente, pero no necesito el ser que esa forma circunscribe y determina. O sea, se supone que sí, que todos somos jóvenes y hermosos y (prosaico deviene el lenguaje) queremos tirar con jóvenes y hermosos, pero eso va a durar ¿diez? ¿quince? a lo sumo, años más. ¿Qué va a pasar después? ¿súbitamente voy a dejar de necesitar el resplandor de la forma?.
Nah, mejor seguir mirando, lo que tenga que necesitar lo iré recabando en el camino. Lo que quise decir aquí (futuro yo: este post te salió como el poto, tienes que mejorar el filtro y escribir cuando las cosas se te ocurren, no 5 días después) es que se puede ser feliz mirando la belleza y teniendo, de momento, ninguna. Hay que entrenarse en el abandono, en dejar ir y venir. Que el sol de la forma brille brillante sobre todas nuestras avenidas, y mi corazón camine libre de un lastre más. No es que no quiera a alguien hermoso en mi vida. Es que el no tenerlo no significa que esté mermado.