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10 de junio de 2011

Objetos de Deseo

Ridley Scott es más bien inestable como director.
Se preocupa de cosas disímiles. Pero eso prueba que el tipo tiene un interés genuino en su cine. Fue explorando, armando su propia onda. Lo que no le puedo negar es la construcción de ambientes sombríos; tanto en Alien como en Blade Runner, si de algo uno no se puede quejar es del scenery and landscaping. Lo logra claro, con el inexplicable precio de armar unos arcos argumentales un poco laxos; poco cohesivos. Se preocupa (y logra) tanto el armar su cuento gráfico, que la novela, la narración en sí, queda en un segundo plano, un muy segundo plano (hay que reconocerle eso sí que en la década siguiente logra arcos narrativos muchísimo mejores y sin perder el cuidado escenográfico, exampli gratia, Gladiator; y que también es cierto que demasiado seguido, le recortan las películas al hombre).
Pero tiene algunos aciertos. Desde luego, poner a Harrison Ford en el sensitivo papel de Deckard (léase el libro, Deckard es TANTO más complejo que Han Solo!) no es una de ellas. Pero Daryl Hanah y, por supuesto, la maravillosa Sean Young, se tiran la película encima un par de veces (está claro que Rutger Hauer es tremendo todo el rato). Y debo reconocer que el tratamiento que de ellas hace Scott es depuradísimo. Sutil, sin caer nunca en lo obvio, son objetos de deseo inciertos; a uno incluso le cuesta decidir que lo sean, pero es inevitable. Las sonrisas tenues de Rachael y las desmedidas de Pris, el maquillaje severísimo de Sean y la estética neopunk de Daryl; es perfecto.

Y como todo lo hermoso, se perderá en el tiempo, como lo hacen las lágrimas en la lluvia.


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