Y a medida que los años se fueron trocando unos en otros, como en una vieja máquina de cálculo, antiguas verdades se fueron poniendo mustias. Porque nada bello ha de durar, dicen.
Al final nuestra amada individualidad fue perdiendo su atractivo, y de a poco vamos queriendo ser hormigas, lentas obreras innominadas en un esquema que tiene un lugar para nosotros. Somos cada vez menos, para poder ser más.
Ya nadie se tatúa la frente.