Hace un buen tiempo que no escribo
(digresión: ¿se han fijado qué volátil es la exactitud de un? Pequeño simpático vocablo, puede ser
a un tiempo lo más preciso del mundo [con
cuidado, amorosamente, Jonás depositó un solo grano de arroz] o cualquier
vaguedad [sintió todo detenido por un
momento])
. Estuve atrapado en un hoyo que no es alien a mucha gente que escribe:
cuando el péndulo vuelve, y te das cuenta que no hay ya nada nuevo bajo el sol,
que la gracia del universo es que todos remamos en la misma dirección sin
saberlo, y por lo mismo, ¿Qué puedo tener para decir?. Estuve un tiempo en eso.
Pero entonces, Orhan Pamuk (a quien recomiendo
encarecidamente leer), desde Me Llamo
Rojo:
- Todas las historias son las historias de todos -dijo Negro-. No son de nadie en concreto.
Bitch come here and get some of this CROSS |
Es claro que si yo soy todos, a todos les interesa lo mismo
que yo.
Les comparto un poco de una maravilla:
Vladimir el Grande
Vladimir era un grande. La historia lo dice. Pero para entender
lo grande que es, y lo trascendental para que hoy cuando pensamos en Rusia
pensemos lo que pensamos, un poco de contexto:
Es 972. Roma ya no
existe como tal, pero el imperio elegante del momento es Bizancio (Bizancio,
Bizancio, tu perla Constantinopla brilla en el Bósforo). Bizancio es riquísimo,
Bizancio es grande, Bizancio es literalmente más católico que el papa, y sobre
todo, Bizancio es más orgulloso que nada. Lleva 6 siglos aguantando las
invasiones que le llegan del golfo pérsico y el oriente medio, incluyendo el
recientemente (tres siglos) aparecido Islam como fuerza militar. En todo este
tiempo, jamás ha concedido la mano de una de sus princesas a monarca alguno de
los “bárbaros”, ni de oriente (sucios sarracenos), ni del norte (ningún interés
en cruzar el Danubio), ni del oeste (Mal que mal, Italia era un desorden).
El padre del Vladi,
Sviatoslav (así es, you don’t get any more Russian than this), no debe haber
sido muy bueno en reforzar la fraternidad entre sus hijos porque apenas murió,
el uno mató al otro y el tercero (El Vlad) se mandó cambiar a Europa evitando
el abrazo demasiado apretado de su hermano. Desde allí, reorganizó su armada y
volvió a conquistar su propio principado, Novgorod, y de pasito todo lo que
había alrededor (si ya estamos en eso…), unificando al fin y proclamando el
gran reino del Rus.
¿Sería vino navegado eso, padrecito, lo que va a ponerme? |
Por años, Vladimir de Kiev (que ahí estaba la capital del
Rus', no en Moscú) propición y financió la reintroducción del dios del trueno de
vuelta en el Rus'. Aquí es donde aparece lo grande. En una movida muy audaz para
un bárbaro, se dio cuenta que si el Gran Rus' tenía que convertirse en un
imperio de largo aliento, y no en algo efímero como los desastres de los reinos
Francos, necesitaban un unificador: La religión monoteísta.
Dicho y hecho, envió embajadores a todas las grandes
religiones monoteístas disponibles, en un vitrineo religioso sin par.
De los judíos, sus mensajeros dijeron: Perdieron Jerusalén.
Su Dios les ha abandonado de seguro.
De los católicos de occidente, dijeron: sus iglesias no
poseen belleza.
Finalmente, de los Católicos Bizantinos, después de la gran
Eucaristía en la gloriosa Hagia Sofía (lucero de la antiguedad): “No sabemos ya
si estamos en el cielo o en la tierra; ni sabemos como hablar de la belleza que
hemos visto”. Tras una jugada sin par de hacerse bautizar con el nombre del
emperador de Bizancio (Basilio), logró convencerlo de obtener la mano de su
hermana ni más ni menos, convirtiéndose en la primera alianza matrimonial de
exportación para Bizancio, y justos guardianes de la fe Ortodoxa de allí en más.
¿Y los Musulmanes, se preguntarán ustedes?. Es justamente
allí donde la verdadera grandeza de Vladimir se muestra: dada su prohibición
del alcohol y el cerdo, repone, cancelando la – interesante de todos modos – posibilidad de
una gran Rusia Islámica:
“Beber
es el gozo de todo el Rus'; No podemos existir sin ese placer.”
Porque el alcohol puede más que la política.